Hace un par de semanas impartí una charla sobre Gamification en la Conferencia Agile Spain 2011, donde explique lo beneficios de la aplicación de mecánicas de juego, no ya sólo en aplicaciones sino en determinados procesos que puedan incrementar nuestra productividad.
Aunque el feedback recibido fue tremendamente positivo, la gente me ha pidió más ejemplos concretos de la aplicación de Gamification en la vida real. Por eso, os ofrezco en exclusiva un caso de éxito único: [highlight]cómo gamifiqué mi boda para conseguir que los invitados dejaran de hacer lo de siempre para divertirse como nunca[/highlight].
[quote] [typography font=»IM Fell DW Pica» size=»22″ size_format=»px»]Gamification: Aplicación de mecánicas de juego en contextos y entornos no lúdicos con el objetivo de resolver problemas, conseguir un mayor compromiso e inducir ciertos comportamientos deseados.[/typography] [/quote]
He ido a unas cuantas bodas a lo largo de mi vida y una de las cosas que siempre me llama la atención es que, no importa lo grande o pequeña que sea la boda; católica, apostólica y romana o celebrada en la playa por el rito balinés: los invitados no suelen mezclarse, sino que forman pequeños grupitos según su relación con los novios. Una inmensa oportunidad perdida para tejer relaciones y tender puentes entre los distintos mundos de los contrayentes.
Hace poco más de un año, por fin me toco a mi pasar por el altar y me casé -como manda la tradición- en el lugar de origen de la novia: Coruña. La mitad de invitados eran más gallegos que el Lacón con Grelos y, la otra mitad -MI mitad- provenían de toda la geografía española.
Ya que, por complicaciones logísticas, no me dejaron celebrar la boda en mitad de la campiña coruñesa con todos los invitados sentados en mesas de bancos corridos -celebrar una boda en mitad del campo durante el septiembre gallego es poco menos que un suicidio meteorológico- exigí que, al menos, se cumplieran dos condiciones básicas para casarme:
[ordered_list style=»decimal»]
- Que se comiera pulpo como si no hubiese mañana
- [highlight]Que me dejaran intentar que los invitados se mezclasen entre si[/highlight].
Mi primer objetivo lo conseguí plantando una pulpeira -con su olla de cobre todo- en mitad del jardín del pazo durante los aperitivos. Para conseguir el segundo, organizamos un pequeño juego.
Primero, distribuimos a los invitados en mesas siguiendo tres criterios principales:
[ordered_list style=»decimal»]- Al menos la mitad de la mesa no debía conocer a la otra mitad
- Las parejas, matrimonios y familias se sentarían en la misma mesa… pero separados por otros invitados
- Cada invitado se encontró con un sobre cerrado que contenía una presentación detallada de quienes eran sus compañeros de mesa -desde su equipo de fútbol a su comida favorita- y su relación con los novios
Por supuesto, esto chocó bastante. Cuando la gente comprobó que no sólo tenía mesa asignada sino su posición dentro de la misma, hubo reacciones de todo tipo. Algunos intentaron hacer trampas cambiándose de sitio, pero por lo general todo el mundo aceptó de mejor o peor gana sentarse en la posición que tenían asignada.
Las posiciones y las presentaciones ya debían suponer un impulso definitivo para conseguir que la gente se mezclara y hablara entre si, pero creamos una motivación extra: un pequeño concurso donde los invitados deberían colaborar entre sí para tener alguna posibilidad de ganar.
Durante el brindis, explicamos las reglas:
- A lo largo de la cena, se repartiría a cada invitado una serie de tarjetítas con preguntas sobre los novios.
- Las tarjetitas no podían intercambiarse entre los invitados, pero se podía pedir ayuda a tus compañeros de mesa si no conocías la respuesta.
- Las preguntas eran tan personales que era imposible que alguien pudiera conocer todas las respuestas. Nadie conocía tan bien a los DOS novios.
- El invitado que acertara más preguntas ganaría el premio del concurso: un fantástico jamón Joselito Gran Reserva
Dividimos las tarjetas por colores -las rosas contenían preguntas sobre Candela y las azules sobre mi- y montoncitos que aseguraran que la misma pregunta no se repitiera en una mesa.
Por último, utilizamos a los niños que habían venido a la boda para repartir, hasta tres veces -entre plato y plato- las tarjetas por las mesas y, de repente, ¡Apareció la magia!
La gente comenzó a colaborar entre si para conseguir contestar todas las preguntas. Las respuestas dieron lugar a animadas conversaciones sobre anécdotas de los dos novios y, mientras tanto, los niños se lo pasaban como nunca mientras repartían las tarjetas ¡Llegó un momento en el que distintas mesas empezaron a ayudarse entre si para intentar averiguar las respuestas!
Desde nuestra mesa podíamos ver como todos hablaban con todos, sin importar si eran invitados de la novia o del novio, si se conocían de toda la vida o desde hace sólo 20 minutos ¿Habéis visto eso en alguna boda? Yo no. Nunca hasta ese momento.
Al final, tanta colaboración supuso que varias personas respondieron correctamente a las tres preguntas que les tocó y, creedme ¡eran MUY difíciles! Así que, tuvimos que sortear el jamón entre todos los acertantes de la máxima categoría. Finalmente, fue Zeltia -una de las mejores amigas de la novia- quien se llevó el Joselito hasta A Pobra do Caramiñal.
Dentro de unos años, nadie se acordará del lubrigante o la carrillera de ternera, pero todo el mundo recordará el concurso y lo bien que se lo pasaron en nuestra boda. Nosotros, de vez en cuando, sacamos las tarjetas y nos divertimos leyendo algunas de las respuestas más sorprendentes.
Bola Extra
- Las invitaciones no fueron convencionales, sino una simple tarjeta con una URL acortada y personalizada que llevaba a la invitación -digital- de verdad. Por ejemplo, la de Oriol.
- El mismo día de mi boda, se me ocurrió jugar un partidito de futbol por la mañana «para desestresar«. El resultado: me casé esguinzado y cojeando. Os podéis imaginar el baile de los novios… un espectáculo.